jueves, 28 de mayo de 2009

Tlahuizcalpantecutli

Según los Mayas, Tlahuizcalpantecutli o “lucero del alba” apareció por primera vez justo después de que la tierra fuera barrida por una ola gigantesca y experimentara convulsiones.
El nacimiento del lucero del alba fue un motivo muy popular tanto en las civilizaciones occidentales como en las orientales. En Babilonia se llamó Ishtar.

Todavía no termino de entender pero parece ser que en realidad lo que ocurrió fue una tormenta solar que le cambió por completo la cara a Venus. Y ahí fue cuando las diferentes civilizaciones lo detectaron en el firmamento. Después de un cataclismo.

Y es eso. Los cataclismos. Los cataclismos nos hacen ver la esencia de las cosas.

“Lo esencial es invisible a los ojos” , un genio El Principito.
Y sé que está infinitamente trillado. Pero me pasó algo así como con Venus. Después de un cataclismo, y de que se te mueve el piso, aparecen cosas que siempre estuvieron ahí pero que hoy se ven diferentes, o al menos uno las ve diferentes.

Uno se pasa la vida buscando algo que no sabe bien qué es, pero que en algún momento lo tuvo, o lo rozó. Por lo general se habla del amor. De “el primer amor” o de “el amor de tu vida”.

Y cómo hace uno realmente para darse cuenta?

Pues, creo que en realidad, es exactamente como El Principito y su rosa. Uno no se enamora de “algo” o de “alguien”. Uno se enamora de su “esencia”. Puede sonar trillado también. Pero no. Está clarito. Y recién me doy cuenta!!!

Cuando en algún momento de mi vida logré sacarme la armadura de mi ego y regalé esencia, fue exactamente eso lo que recibí a cambio: esencia. Y fue de eso de lo que me enamoré. No de una persona, ni de un objeto. No. Me enamoré de eso otro intangible e inefable. Una especie de conexión más allá de lo explicable o describible o sensible (al menos por los cinco sentidos clásicos).

El problema radica en que esa conexión dura lo mismo que una estrella fugaz.
Apenas uno se distrae, desaparece. Apenas uno abre los ojos nuevamente, ya no está ahí. Pero en realidad sí está. Sólo que ya no la “sentimos”.
Y eso nos deja sumidos en el más increíble y profundo de los desconciertos. En un querer estirar la mano para tocarlo, un cerrar los ojos nuevamente y tratar de sentir sin los sentidos... para ver si aparece de nuevo.

Pero no. Cuando uno abre los ojos, esa estrella ya no se deja alcanzar, ni tocar, ni sentir.

Igual que Venus. Por no sé qué extraña alineación de astros, o cataclismo interior, me despierto raras veces a las cuatro de la mañana y lo veo. Claro, grande, brillante. En mi ventana desde la cama. Como hoy.
Y en realidad siempre está ahí. Pero lo veo únicamente después de los cataclismos.

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